Queridos amigos de mi comunidad de amantes de la Naturaleza:
Durante los últimos tiempos se ha puesto de moda el concepto “servicio ecosistémico”. Un servicio ecosistémico es un beneficio directo que la Naturaleza presta gratuitamente al ser humano, y que suele ser básico para su supervivencia. Por supuesto, la Naturaleza no está para prestar ningún servicio al ser humano. No es un ser consciente que no tenga otra cosa que hacer que satisfacer al mono desnudo, pero es una aproximación que consigue hacer entender a una porción recalcitrante de la Humanidad el por qué es necesario proteger y cuidar la Naturaleza, aunque sólo sea por este enfoque práctico y utilitario.
Entre los principales servicios ecosistémicos se encuentran el aprovisionamiento: comida procedente directamente de la Naturaleza, o indirectamente a través de un suelo sano y equilibrado, apto para el desarrollo de los cultivos. El aprovisionamiento de agua, que en última instancia proviene directamente de la Naturaleza, protección de las zonas costeras contra inundaciones cortesía de manglares y arrecifes de coral, producción de oxígeno atmosférico por parte de bosques y fitoplancton, y un largo etcétera.
Vivimos en una sociedad capitalista de libre empresa, lo que significa que debemos pagar a cambio de recibir productos y/o servicios, de una forma u otra, directa o indirecta. Y casi siempre sucede que aquello que no nos cuesta dinero no lo valoramos. El famoso “gratis total” que en nuestro país ha sido la norma hasta hace pocas décadas y que tanto está costando cambiar la mentalidad de buena parte de la sociedad para que acepte y comprenda que todo cuesta dinero.
Por eso nunca hemos valorado los servicios ecosistémicos. Porque se nos dan gratis total, no nos cuesta dinero ni esfuerzo. Abrimos el grifo y ahí tenemos el agua. Es verdad que pagamos el coste y el servicio de que ese agua llegue a nuestro grifo, pero no pagamos el agua en sí. Los beneficios gratuitos que la Naturaleza nos proporciona siempre han estado ahí, era algo que dábamos por sentado casi como si fuera un “derecho adquirido”. Pero la destrucción acelerada de nuestro planeta por parte de la Humanidad nos ha puesto en una tesitura en la que estamos jugando con “las cosas de comer”, y esos servicios empiezan a “fallarnos”.
El calentamiento global, provocado por los humanos, ha provocado a su vez el aumento de fenómenos extremos: inundaciones, nevadas, sequías...cosas cuyos efectos eran evitados o paliados por la propia Naturaleza cuando el mundo estaba en equilibrio, ahora esto empieza a no suceder.
Talamos o quemamos bosques por doquier hasta que llega la lluvia, arrasa el suelo y lo convierte en un erial. Luego viene la sequía porque el suelo no puede retener ya la humedad que retenía cuando había árboles y vegetación. Abrimos el grifo y ya no sale el agua.
Por consiguiente toca ya pensar en pagar esos servicios ecosistémicos más que nada para asegurar que se sigan prestando. Al principio los museos eran gratis y ahora hay que pagarlos. Al principio el fútbol era gratis en la tele y también hay que pagarlo. Pues los servicios ecosistémicos ya no pueden seguir siendo “gratis total” y hay que pagarlos. Pero ¿cómo?. En nuestra sociedad capitalista es muy fácil: si quiero pan, se lo pago al panadero. Pero, ¿a quién le pago las nubes del cielo que me van a traer la lluvia? ¿a quién le pago la distribución de semillas que hacen los pájaros para que los bosques se extiendan?
Pues es sencillo: hay que pagárselos a las personas que cuidan, o van a cuidar, de que ese servicio ecosistémico se siga prestando. Aquí tenemos un yacimiento de empleo del siglo XXI: el guardián de los servicios ecosistémicos. Porque si no hay nadie que cuide y proteja estos recursos, acabarán siendo devorados por la Humanidad depredadora. Voy a poner un ejemplo.
¿Sabéis cuántos roedores devoran cada año las aves rapaces? ¿sabéis cuánto dinero en rodenticidas ahorran a los agricultores? ¿sabéis cuántas toneladas de comida llegan a nuestro plato gracias a que un búho real o un milano negro se comen conejos o topillos? Pues en los EEUU alguien ha respondido a la pregunta, y ha llegado a la conclusión de que una lechuza puede comer 3.000 ratas de abazones en un año. Pero una lechuza no sólo come ratas de abazones sino más especies de roedores. Súmese. Ahora súmese lo que comen todas las lechuzas de una comarca o una región agrícola. Súmese ahora lo que comen todas las rapaces de esa misma comarca o región.
Y ahora imagínese qué sería de esos cultivos si no existieran esas rapaces. La cantidad de rodenticidas que tendrían que usar los agricultores para protegerse de la plaga de roedores, con todos los problemas medioambientales que causan los agroquímicos. Y todo el dinero y el tiempo que deberían gastar en ello. Un dineral. Un pastizal.
Pues eso está pasando. Resulta que a los cazadores las aves rapaces les molestan porque se comen también “sus” perdices, “sus” liebres y “sus” conejos. Como consecuencia, en amplias regiones agrarias de España sufren plagas de conejos o topillos. Yo lo siento mucho, pero entre que un señor cazador mate una liebre o tener trigo para hacer pan, la prioridad está clara. Y ese servicio ecosistémico a las rapaces hay que pagárselo. Con dinero.
Habrá que empezar a contratar personas o familias que, en las regiones agrarias, se dediquen exclusivamente a cuidar del bienestar de las aves rapaces. Realizando seguimiento y monitorización, instalando o restaurando nidos, protegiendo huevos de especies vulnerables de posibles depredadores, vigilando y reprimiendo a los cazadores furtivos o legales, cuidando y curando a los ejemplares que se encuentren heridos, reinsertándolos luego a su hábitat...
Todo eso protege y asegura la prestación de un servicio ecosistémico: en este caso el control natural de roedores por parte de las aves rapaces. ¿Y quién lo paga?. Pues hay varias formas de enfocarlo.
Mediante Presupuestos Generales del Estado, mediante impuestos directos o indirectos, o mediante una negociación con el sector agrario de forma que una parte de los beneficios obtenidos de la actividad agraria vaya a pagar el servicio ecosistémico, o bien destinar la totalidad de lo ahorrado en rodenticidas a pagar a estos trabajadores pro-aves rapaces.
Pero para ello, es imprescindible que al agricultor se le paguen sus productos SIEMPRE por encima de su coste. Si no, es imposible. Una cosa va ligada con la otra. Pero ¿quién abre ese melón?
Esta semana he subido el siguiente contenido exclusivo para los suscriptores de mi comunidad divulgativa de Patreon:
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¡Un abrazo!
Eugenio